Manifiesto por la defensa del Yasuní - Asociación de estudiantes de Sociología y Política UCE



El colectivo estudiantil IÑINA, en la conducción de la Asociación de Estudiantes de las Carreras de Sociología y Política de la Universidad Central, ante la decisión del gobierno con respecto a la explotación del ITT -junto al impresionante contingente mediático y policial para reprimir y descalificar las manifestaciones en defensa del Parque Nacional-, manifestamos:

La presente coyuntura permite dar cuenta la consolidación de una serie de acciones que van definiendo de forma cada vez más clara los alcances y límites de esta “revolución”.

A estas alturas es ya un recuerdo vago aquel proceso de democratización, fruto de la resistencia al neoliberalismo que abrió las puertas a la constitución de Montecristi y la  “revolución ciudadana". De dicho proceso no queda sino únicamente  -como producto-  un retorno del Estado ‘barnizado’ por una autonomía relativa, la cual permite la distribución de la renta extractivista en forma de servicios públicos generadores de una artificial paz social, indispensable para la producción,  reproducción  y centralización de las ganancias de los  grupos económicos. En este contexto el “Buen Vivir” pasó de ser una promesa de cambio forjada  en la resistencia  social  a  un slogan de interminables campañas publicitarias  y  como componente legitimador  de gruesos planes tecnocráticos.

Con esto no queremos despreciar la atención social que el gobierno provee a amplios sectores populares o la política internacional de integración latinoamericana -lo cual constituye una conquista nada despreciable frente al caos de los gobiernos neoliberales mafiosos de los 90-, lo que ponemos de manifiesto es que este “proceso” ya ha dado bastantes muestras de llegar a sus límites y, simplemente, en este momento es incapaz de llevar a cabo transformaciones sociales más “profundas” de las que ha logrado.

Sin embargo, la extracción del crudo del ITT es la evidencia más clara de sus “límites”, ya que demuestra el nivel de hegemonía de los sectores gubernamentales articulados con el sector extractivista -con el vicepresidente Glas a la cabeza-; al punto de comprometer su principal fuerza -su capital político electoral-, con tal de no afectar las extraordinarias ganancias de los grandes grupos económicos, sostenida por la ilusión de una falta de recursos económicos para mantener los servicios sociales públicos. 

El asunto es tan evidente, que como sostenía un compañero, los 110 grupos económicos más grandes representan el 60% de todo nuestro PIB y sin embargo sólo pagan el 3% de impuestos. Sí se les cobra lo que deberían pagar podríamos obtener 30 mil millones dólares más de lo que se pretende obtener del ITT[1].

Por lo tanto, la defensa del Yasuní va más allá de la lucha contra el cambio climático y la contaminación, pensarlo de esta manera es limitado. Debe ser concebida como una lucha, por una verdadera redistribución de la riqueza a corto plazo, y, a largo plazo, como una posibilidad real de pensar otra sociedad por fuera del petróleo, buscando parar  la gran máquina de dominación industrial devoradora de pueblos y culturas desafiantes al “desarrollo occidental”.  Las alternativas son nuevas tecnologías y nuevas fuentes de energía, no solo más amigables con el medio ambiente, sino más beneficiosas para el ser humano.

Quizás la iniciativa Yasuní no es la acción que destruiría al capitalismo. Pero es la crítica a su lógica, una opción racional en una totalidad irracional, por la vida y no por el capital.

Hoy la consulta es una necesidad. El pueblo debe elegir entre extraer los recursos a costa de devastar una de las zonas con mayor biodiversidad del mundo o luchar por redistribuir la riqueza de los grupos económicos históricamente dominantes del país.


EL YASUNÍ NO SE VENDE, EL YASUNÍ SE DEFIENDE.



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