Alejandro Moreano: La carne y el hueso de un intelectual *


                                          

Alejandro Moreano es considerado uno de los tres pensadores contemporáneos más importantes del Ecuador, junto con Agustín Cueva y Bolívar Echeverría. Su permanente devenir entre la literatura y la política tiene un trasfondo emotivo, sensible, que nos devuelve la mirada a sus años de niñez y adolescencia, a su juventud y a sus más profundos afectos.

La madre de Alejandro, doña Gertrudis Eugenia Mora, lojana afincada en Quito, guardaba un parentesco no frecuentado con los Carrión Mora, no así con Benjamín, con quien compartió muchas de las andanzas y tertulias que llevaron a transformar el Instituto Cultural Ecuatoriano –creado en 1943– en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, institución forjada como una matriz del arte y del pensamiento para levantar la autoestima de una nación desmembrada: “Si no podemos ser una potencia militar y económica, podemos ser, en cambio, una potencia cultural nutrida de nuestras más ricas tradiciones”, había dicho Carrión. De ahí que el nombre que más escuchó Alejandro en su infancia fue el de aquel a quien, décadas más tarde, destinaría uno de sus ensayos: “Benjamín Carrión, desarrollo y crisis del pensamiento democrático nacional”.

La impronta escolar

Pero imaginemos que desde entonces han transcurrido unos diez u once años y el Alejo es ahora alumno de la Escuela Espejo. Muchas mañanas de invierno se levantaba con el chirrido del timbre de la escuela situada a media cuadra de su casa. Así, recién despierto y un tanto desastrado, salía corriendo, para alcanzar a colarse en la formación. Cada lunes, uno de los maestros exigía que los estudiantes presentaran una pequeña exposición sobre algún pensador famoso, y el Alejo creía sabérselas todas, pues había conseguido y devorado un libro llamado Historia del pensamiento social, con biografías y sinopsis de los postulados de personalidades clásicas como Sócrates, Séneca, Aristóteles… “Leía despacio, a veces repitiendo el párrafo o la página, a ratos sin entender mucho…”, confiesa ahora, ya escondido detrás de su barba blanca y sus 71 años, un par de anteojos de más de diez libros escritos, decenas de ensayos publicados y unos cuantos proyectos en proceso.
“En una sabatina de la escuela, preguntaron nombres de pensadores, y yo me paré, con todo el pujo de sorprender, y dije: ¡Platón! La profesora me pidió pasar al pizarrón para escribir ese nombre y lo escribí… ¡pero con p minúscula!

Esas experiencias me encanta recordar porque son los golpes que he recibido contra mi vanidad, que son bastante buenos, especialmente en la política.” Por esos años, en la Escuela Espejo experimentaban con el llamado IQ (intelligence quotient), que pretendía medir destrezas y habilidades cerebrales de los niños. Alejo sacó el puntaje más alto, mientras que su hermano Marco, aunque no entendía lo que leía, logró ser el que más palabras articuló por minuto. El hecho le hizo acreedor del mote de ‘El 24 mil palabras’. Dos hermanos diferentes, dos encarnaciones de lo que constituyen la 
lectura profunda y la lectura rápida.

 El Alejo recuerda que tenía dos tipos de lectura: ciertas novelas “de esas entretenidas” como Los tres mosqueteros, y textos como aquella compilación de biografías, que jamás va a olvidar. A los once años, y como ya era costumbre, Alejo fue premiado en la escuela. Entonces, “mi santa madrecita me sacó en el periódico, y tiempo después, en plena época de radicalismo de la escuela de Sociología, alguien se había conseguido esa foto y me sacó en la cartelera…”, emocionado. Tal parece que cualquier cosa que su madre haya hecho o dicho en vida podía ser para el Alejo un motivo de celebración.

Poesía en bicicleta

Imaginemos ya a un escolar que aguaitaba a una muchacha del barrio. La chica era el mito romántico de todos los compañeros de esquina y por eso, los chicos salían juntos a montar bicicleta por ahí para ver si la encontraban.

Imaginemos a ese muchacho y pongamos que había leído a Baudelaire y que había memorizado
Las letanías de Satán:

Tú que pusiste en los ojos y el corazón de las muchachas,
el culto de la llaga y el amor de los andrajos,
¡Oh, Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Enamorado –o creyéndose enamorado–, el joven soñaba con ganar algún día el premio Nobel de Literatura y lograr el cometido de conquistar a la bella vecina del barrio, quien, además, era hermana de uno de sus compañeros de escuela.
Mientras se ocupaba en dar los acabados a su sueño, se hallaba escribiendo un soneto. Un soneto dedicado al opio. Pero, ¡¿qué carajo era el opio?! La familia del Alejo se llevó un gran susto con este escrito, aunque, rápidamente, se evidenció que el muchacho tan solo quería imitar la línea del poeta maldito a quien, en su adolescencia, admiraba.

La madre que contaba películas de amor

Había mucha imaginación rondando los pasillos y habitaciones de esa casa quiteña. Muchas historias. Como aquellas que llevaba Gertrudis por las noches, luego de salir del brazo de Marco, para ir al cine. Alejo y su hermano esperaban a sus padres, solos en casa, pero sabían que al volver de la función, mamá les contaría lo que la pantalla había mostrado.
“Si tengo algo de narrador es porque ella me enseñó a contar –dice el Alejo, mirando a un punto que juega a escabullirse–, ella era teatral, vivía el mundo de la revista chilena Ecran, estaba enamorada de Gary Grant…”.

Cuando Alejo había cumplido ya los 17 años, murió su padre. Entonces, “se creó una fetichización de los dos hermanos: mi hermano era mi padre y yo era mi madre”, recuerda el hombre que ya para este instante ha dejado de hablar desde el discurso del púlpito académico y se enfrasca en recuerdos y anécdotas. Pero, enseguida prefiere matizar la triste evocación con humor.
Entonces piensa en su madre de otra manera y recuerda, escarbando un poco, que ella había tenido un romance juvenil con un escritor lojano, un tal Pablo Palacio. “En un viaje que hice a Loja –ya muerta mi madre–, paseaba yo junto a un riachuelo, y al cruzar el puente, me imaginé el romance ¡y sentí unos celos! Celos tardíos...”, acepta, riéndose por la complicidad que ha ensayado consigo mismo. “Un Edipo tardío”, prefiere llamarlo él.

Entre la madre de carne y hueso y la Dolorosa del Colegio

Aunque el tío-primo Benjamín estaba convencido de que los jesuitas eran poco menos que la maldición descrita en García Moreno, el santo del patíbulo, Alejandro Moreano entró al Colegio San Gabriel, una emblemática institución jesuita en el Ecuador. “Yo pienso –dice Alejandro– que la visión de Carrión se remontaba a la época garciana, porque los jesuitas de mi época eran los más progresistas y estudiosos de la iglesia. Aunque por entonces no participaban de la Teología de la Liberación, estuvieron junto a los sectores populares en Centroamérica y varios fueron perseguidos y victimados por los dictadores de entonces, como en El Salvador, por ejemplo”.
La gran batalla que se daba en el Vaticano era entre jesuitas y Opus Dei, estos, poco a poco, fueron tomándose la Compañía de Jesús. Pero la aventura jesuítica de Moreano se truncó en cuarto año. Era presidente del curso y organizó un campeonato de damas y de ajedrez, con toda la buena voluntad y la iniciativa de un muchacho inquieto. El problema fue que lo planificó para que se llevara a cabo a la misma hora de la misa. ¡Un sacrilegio! Claro, toda la visión progresista que tenía de la comunidad jesuítica se derramó sobre el suelo cuando las autoridades del colegio desconocieron su condición de presidente.

Citaron a su madre para darle las quejas, pero, mientras Alejandro pensaba que ella lo retaría, regresó emocionada a casa, a ponderarle lo guapo que le había parecido “ese curita español”, semejante al del poema El seminarista de los ojos negros, de Miguel Ramos Carrión. La mirada y la voz de Alejandro se llenan de ternura: “¡Era una linda, una coqueta!”. El Alejo agarró sus cosas y se cambió al colegio Benalcázar. “¡La Dolorosa del Colegio lloró en 1906, no por los alumnos, sino por la fundación del Banco Pichincha y del diario El Comercio!”, diría, en solidaridad, un impenitente.
Un día su madre le dijo que se había hecho partidaria de Febres Cordero, lo que desencadenó intensos choques con su hijo, marxista, revolucionario, ligado a la lucha de los movimientos sociales en el Ecuador. Alejo esgrimía los argumentos más contundentes y ella se le reía. Ninguno iba a lograr cambiar al otro. Pero madre es madre. Durante una de esas discusiones, cuando ya tenía 85 años, le respondió lapidaria a su hijo testarudo:
“si ahora me tratas así, cómo me tratarás cuando sea vieja!”.
Tres años después, a los 88, doña “Gechu” falleció.

El infaltable carcelazo

Es que, aparte de esa herencia memorable que es el haberle entregado la facultad de contar historias, Alejandro heredó de ella también la biblioteca. Le debe mucho. Un día de 1972, el Alejo cayó preso.
Estuvo durante diez días con las manos atadas a la espalda, encapuchado y tendido sobre el pavimento de lo que luego supo era el Ministerio de Defensa. Al salir del encierro, Alejandro recuerda haber vivido “una de las experiencias más bellas”, pues minutos después de que fuera abandonado al borde de la vía Oriental, en Quito, una camioneta se detuvo a su lado para darle un aventón. El viento de la sierra golpeando su rostro, estirando su cabello, cerrándole a medias los ojos, enfriándole la sensación de cautiverio, hilvanó “una sensación de libertad que nunca olvido”. Al llegar a casa, todos los vecinos del barrio aplaudían a doña “Gecha” por la llegada de su hijo. “Algo hizo, pero al llegar a casa mi madre era la heroína”.

El salto a la escritura

El cambio de ambiente, sin embargo, le proporcionó parámetros para comparar: “Mucho más humano y rico en experiencias era el San Gabriel, porque esa era la época del padre Marco Vinicio Rueda, uno de los grandes gurús del cristianismo para los pobres, un cura que creaba una atmósfera muy favorable a la reflexión, al punto que muchos de nosotros terminamos en la izquierda, mientras que el Benalcázar era un colegio agringado”, de una clase media arribista, diríamos ahora. Pero, la mayor relevancia que tuvo el recinto jesuita en la formación de Alejandro Moreano radica en que esos años significaron su salto a la escritura. Justamente, durante ese cuarto año, tuvieron como maestro a Hernán Rodríguez Castelo, “un estimulador que descubrió talentos como el de Vladimiro Rivas, Diego Araujo, Bruno Sáenz”, y que catapultó a Francisco ProañoArandi y a Alejandro Moreano hacia el mundo de la producción literaria. Todavía como estudiantes del colegio, publicaron la primera revista Z, que tendría sus repercusiones ya en la vida universitaria.

Los tzántzicos y la universidad

El Alejo llegó a la Universidad Central en busca de la licenciatura en Ciencias Sociales, pero también llegó con las ganas de irrumpir en la vida cultural de la ciudad. Ya el camino se había iniciado durante el colegio.

Corrían los sesenta y en Quito se habían formado tres grupos culturales: los tzántzicos reductores de cabeza (¿algo tendría que ver esta propensión a reducir las cabezas de sus “compañeros de ruta” apodados ‘cabezones’, que militaban en el Partido Comunista pro Moscú?); los del grupo Ágora, de producción más bien mariana, ligados al Hogar Javier y al ex jesuita Rodríguez Castelo, y los del grupo Caminos, ni de izquierda ni de derecha, sonetistas, abogados en ciernes, que le recitaban a la primera dama de entonces, doña Corina Parral de Velasco.
En el primer año de universidad, el Alejo editó junto con Francisco Proaño una revista que ellos mismos repartían. Lo que era más visible en las páginas de la prensa de entonces, con respecto a la vida cultural del país era, entre otras cosas, lo que hacía el grupo Caminos, “los tzántzicos eran unos chicos malcriados, tirapiedras y punto”, recuerda el Alejo. Y como estaban ávidos por insertarse en un espacio activo, “intentamos vincularnos con los Caminos; hasta un par de borracheras tuvimos… ¡y al final nos sorprendió su escasa formación literaria! Eso sí, se peleaban a sonetazos”. Con 19 años encima, decidieron armar cita con Ulises Estrella, en el célebre Café 77, donde habían dejado ejemplares de la revista.

“El compañero Ulises les está esperando” –dijo el dueño cuando les vio llegar. “¡Fue un deslumbramiento, tenía un imaginario, una formación literaria, sabía de todas las corrientes últimas de la literatura mundial y latinoamericana!”. El encuentro fue decisivo. Desde entonces, se inició el vínculo con el movimiento Tzántzico. Los tzántzicos decidieron reflejar su momento histórico a su manera. Abdón Ubidia recuerda: “El acto tzántzico tenía otra connotación: era espectáculo, happening, acción política movilizadora. Los narradores escribíamos textos incipientes, nos insertábamos como actores –en el sentido cabal del término– en los espectáculos deliberadamente escandalosos de los recitales tzántzicos. Típicas manifestaciones de una guerrilla cultural.

Alejandro quería más: que el acto tzántzico copara coliseos y fuera un espectáculo de masas”. Aunque luzca contradictorio, Alejandro ahora suena más equilibrado: “Los tzántzicos son buenos poetas pero a veces, por hacer la agitación, perdían, aunque otras veces lo hacían muy bien”. Recuerda cuando Rafael Larrea se subió a la mesa a recitar y al final improvisó: “¡porque hay que ponerle criptonita a Superman y patearle en los huevos a Tarzán!”. Otro acto irreverente fue aquel en el que los tzántzicos quemaron sus títulos –o simularon quemarlos– en público. Un recital tzántzico tenía al poema como elemento vertebrador, “era como el jazz, muy improvisado”, explica el Alejo.

Los jóvenes del mundo incomodan al poder

Los aparatos represivos latinoamericanos perseguían a los comunistas, a los rojos; los izquierdistas de América Latina se habían apropiado de cantos de militancia, como el Bella ciao –una tonada popular que el movimiento partisano italiano había creado para acompañar las luchas contra las tropas fascistas y nazis– o de la figura del Che Guevara, a partir de su muerte en Bolivia, en 1967, hecho que impulsó la publicación de El diario del Che, y El Diario de Tania, la guerrillera, así como la aparición en Quito de escritos del Che con prólogos de Alejandro Moreano, en los que advertía la pretensión imperialista de vaciar de contenido a la figura del revolucionario argentino- cubano, “volverlo inocuo como el DDT que inmuniza a las moscas”.

La juventud en el mundo se volvió protagonista de la historia, la ética de El Hombre Nuevo, proclamada por el Che, sintonizó con las posiciones contestatarias de los hippies y de los movimientos emancipadores de las mujeres, los negros, los beatnicks. Era la imparable búsqueda de libertad, The Beatles encarnaban con música y poesía a todos los jóvenes del mundo. Hubo estallidos en Tokio, en París (mayo del 68) y en México (la matanza de Tlatelolco, donde fueron masacrados cientos de estudiantes). En Chile triunfó la Unidad Popular y a los tres años del gobierno de Allende, la CIA propició el golpe de Pinochet; en el Ecuador se realizó la primera huelga nacional y la unidad entre las centrales obreras, en cuya andadura siempre estuvo presente Alejandro con sus análisis políticos y sus tesis de unidad. Se instaló la época del petróleo y con ella la del desarrollo urbano y de alguna infraestructura como la de las carreteras y puertos. Quito dejó de ser la ciudad bucólica, creció en extensión y en número de habitantes, la universidad cuadruplicó la matrícula, la ciudad dejó los horarios de parroquia, se impuso la jornada única, se abrieron los primeros moteles, peñas y discotecas.

Las parejas se hacían y deshacían al ritmo de la cumbia, proliferaron los divorcios y a la par la unión libre. Esta serie de acontecimientos puso a Alejandro entre la literatura de sus años de estudiante y la política de su juventud. Había que hallar un mecanismo de confluencia. Por entonces, el Alejo “vivía escribiendo mi eterna novela”. Se refiere a la que más tarde se publicaría con el título de El devastado jardín del paraíso. Se vivía una suerte de esplendor de la literatura nacional luego del boom que significó el grupo de Guayaquil y la Generación de los 30.

Pero también se experimentaba un ascenso de las ciencias sociales al debate nacional. La publicación del libro Ecuador, pasado y presente (coescrito por Leonardo Mejía, Fernando Velasco, José Moncada, René Báez, Agustín Cueva y Alejandro Moreano) fue una muestra de ello.

La escuela de Sociología y Agustín Cueva

Esta escuelita tiene un cierto gusto…”, junta las yemas de los dedos y las frota entre sí mientras lo dice, ya tumbado –cuan grande es– detrás de su escritorio. Desde esa silla escucha y enseguida sonríe. ¡Siempre sonríe! “Aquí los alumnos son ambiciosos, locos, apasionados… ¡hay más vitalidad!”. Acaso evoca la vitalidad que tuvo en sus propios años colegiales, cuando era miembro del equipo de pimpón del Colegio San Gabriel y amaba jugar básquet…

Su cariño por “la escuelita” de Sociología no significa que no muestre también sus hondos afectos por la Universidad Andina Simón Bolívar, donde ahora dicta talleres. Es solo que con las nuevas leyes en materia educativa, ha tenido que dedicar el tiempo solo a la Andina. “De ahí ha salido mucha gente insurgente”, aclara, como amparándose en la historia que caracteriza a ese recinto universitario. Esa misma historia que a Moreano le impide hablar de otra cosa que no sea política… o literatura, sus dos pasiones vitales. La escuela que se concibió como de sociología y ciencias políticas, en determinado momento de auge de la derecha, intentó convertirse en una escuela de sociología funcional, olvidando el aporte de varios maestros, entre ellos Agustín Cueva, Fernando ‘el Conejo’ Velasco y Alejandro Moreano. En palabras de él, Agustín Cueva detentó esa lucha:

“Hubo pocos intelectuales como Agustín que, aislado y aún cercado por la euforia de las nuevas corrientes sociológicas, a contracorriente del mercado de prestigio y de las finanzas de la investigación social, desarrolló el pensamiento crítico en las nuevas condiciones. Antes que someterse y asumir las tesis contrarias o ensayar un perfil discreto como hicieron tantos otros, Agustín extremósu capacidad de batalla y enfrentó con extrema radicalidad las tesis del neoliberalismo y de cierto gramcsismo latinoamericano”.

Un abuelo radical que predica la revolución permanente

Sofía, una de sus exalumnas de la Andina, dice que en sus clases casi nunca se levanta de la silla, “y entonces, toma esa pose de abuelo sabio que empieza a contar historias, pero está siempre interesado en lo que los otros quieren preguntar…”.

Sin embargo, a él le incomoda que lo vean así. Él dice haberse educado con la figura del abuelito con sabiduría de anciano y, a pesar de su barba cana y de sus setenta y un años, no está viejo, no se siente viejo en lo absoluto. “¡En ningún aspecto asumo esa visión”, responde, categórico pero sinolvidar sonreír. “Ni siquiera los hijos de mis hijos son mis nietos –explica–, la palabra abuelo sitúa una relación paternal en el sentido un poco cursi del término; ¡yo no enseño valores cívicos ni valores éticos de nada, soy más bien promotor de la insurrección, de la subversión, del cuestionamiento!”. Con esto dicho, la cosa queda clara. El profesor Moreano es padre de cuatro hijos: dos varones y dos mujeres. Nicolás, un ingeniero mecánico de 42 años, es el mayor y es a la vez padre de dos adolescentes de 17 y 14, respectivamente. Gerónimo, de 38, es comunicador. Luego está Melissa, una bióloga de 37 años, y Matilde, otra bióloga de 34. Una de las imágenes con que su hijos crecieron es esa en la que él, corpulento y risueño, luce rodeado de gente, de alumnos y admiradores, de amigos de lides políticas y escritores. El humor fino y provocador es la característica más visible de su personalidad, pero también hay mucha exigencia intelectual.

“Para conversar con él hay que saber cosas, si no, te reclama”, cuenta Melissa, “La guagua del Alejo”, como la llamaban todos los adultos durante su niñez. Todos lo llaman Alejo menos ella y Matilde, al menos dentro de la familia. Ellas le dicen papi. Cuando el profesor Moreano lo escucha, la risa vuelve, convertida en carcajadas de ternura. Pero no hay lugar para conmoverse, así que enseguida el Alejo recuerda una de las imágenes del revolucionario que considera más atractivas: se es más radical conforme más viejo uno se hace… “Yo me había hecho la imagen de ser siempre de la extrema izquierda, nunca volverme moderado. Había asumido esa línea de la radicalidad extrema porque considero que la dinámica del mundo está en la lucha social, en la lucha política, en la renovación artística, literaria, siempre cuestionando todos los órdenes… Entiendo que con la posmodernidad se planteó la negación de esa visión moderna de revolución continua pero yo sigo pensando en la revolución permanente. ¡En eso soy un poco trotskista, si usted quiere!”.

Para Melissa, su padre es un intelectual a tiempo completo y ha sido la fuente para que conociera el teatro, el cine arte, sobre todo latinoamericano y francés. De su niñez, en la década de los ochenta, la guagua del Alejo recuerda que si de algo estaba segura era de que el entonces presidente León Febres Cordero, representante de la derecha más dura de la época democrática, era del bando de los malos. También lleva en su memoria los paseos por la ciudad, cuando iban al Teatro Universitario, que era muy conocido por proyectar películas no comerciales. Ella tenía entre ocho y diez años y hasta hoy tiene muy claro que eso de contar es una cuestión hereditaria, pues su abuela, doña “Gechu”, acostumbraba a narrar para ella las películas que acababa de ver. Alejo hace lo mismo con las películas o con los libros. “Mi papi hablaba con nosotros con muchas referencias históricas, cinematográficas –recuerda ella-; ¡lo que me encanta es eso, que no es solo sociólogo!”

Pero de cariñitos y mimos, nada. Un abuelo que no mima, que no es acariciador, que prefiere los juegos intelectuales, como aquel de rimar palabras con los hijos de su hijo Nicolás; eso sí, insiste en que hagan sus deberes a tiempo y en que no descuiden sus estudios. Pero él si se permite algunas licencias, como la de tomar Coca-Cola, dice América, su perseverante compañera.

Ella cuenta que en un encuentro de intelectuales, casi todos pidieron ron o tequila, pero él y la brasileña Nélida Piñón pidieron solo Coca-Cola, ante las burlas del resto. Entonces, el Alejo replicó: “lo que sucede es que nosotros somos amazónicos y nos gusta beber la sangre de nuestros enemigos”.

Opinión sobre el momento político

Sobre la base a su experiencia como historiador y analista político, no queremos terminar este perfil sin consultarle su opinión acerca del momento crítico que está viviendo el país en vísperas de la visita del Papa, y le preguntamos hacia dónde nos pueden llevar estos vientos de verano ardiente.
Vuelve al gesto del pensador y nos dice:
A partir del Impuesto sobre las herencias y la plusvalía, propuestos por el Gobierno y las reacciones producidas, entramos en una situación marcada por relaciones de confrontación y negociación que pueden gestar un nuevo orden político. De hecho, el Gobierno ha llamado a un diálogo nacional para definir el “tipo de país que queremos”. Encargar el diálogo a un funcionario sin poder político revela que el gobierno se ha decantado por un nivel tecnocrático.

Las medidas destaparon una reacción de la derecha con mucha fuerza, que empezó a utilizar el libreto de la oposición venezolana a Maduro. La acusación central fue y es la de que el Gobierno quiere desatar la lucha de clases y convertir al Ecuador en una ‘cubazuela’ El Gobierno, por su parte, luego de la serie de medidas cuestionables como el retiro de los fondos de los jubilados del IESS y la confiscación de los fondos del magisterio, la campaña por el Yasuní, las leyes de tierras y de aguas favorables a la agroindustria y a trasnacionales como Monsanto y la
persecución a dirigentes populares, intentó con el proyecto de impuesto a las herencias y a la plusvalía darse un maquillaje izquierdista, para atraer a sectores populares que se reconocen en los movimientos sociales, el FUT y la Conaie. Los movimientos sociales y la izquierda, que habían logrado capitanear la oposición al Gobierno con las marchas de septiembre y noviembre del año pasado y las de Primero de Mayo de este año, debió emplearse a fondo para deslindar campos con la derecha que pretendía infiltrarse en sus filas. La última marcha de los trabajadores del miércoles 24 de junio se hizo bajo la consigna

“Contra la derecha fascista y el correísmo burocrático”,

afirmando su condición de oposición de izquierda y tercera fuerza El FUT y la Conaie han condicionado su participación en el diálogo propuesto por el Gobierno al levantamiento
de las medidas represivas y que se traten problemas tales como el retiro de las medidas contra los fondos del magisterio y de los jubilados del IESS, la discusión de las leyes de tierras y de aguas y, en especial, la apertura de un proceso de reforma agraria que afecte a las grandes propiedades y a la agroindustria.

¿Cual va a ser el nuevo rumbo político del Ecuador?

El Gobierno tiene tres perspectivas distintas: podría facilitar la negociación con los movimientos sociales para contener a la derecha levantando algunas medidas y abriendo la discusión sobre la reforma agraria. Sería una medida inteligente, tal como ocurrió con Evo Morales, en Bolivia. Sin embargo, la primera muestra de “flexibilización” del Gobierno, fiel a su embeleco por la eficiencia empresarial, ha sido la propuesta de retirar la nueva tabla de impuestos para los empresarios productivos que se regirían por la tabla actual.
La otra salida del Gobierno es, pues, aproximarse aún más a la derecha, con la cual ha venido negociando desde tiempo atrás. Tal sería no solo la medida más reaccionaria sino más torpe, pues envalentonaría aún más a la derecha y propiciaría el libreto de guerra económica que anunció Nebot. Y la tercera vía sería dejar todo como está, a lo que parece apuntar la medida de entregar a Semplades la responsabilidad del diálogo, restándoletoda importancia y que, en el mejor de los casos, servirá solo para tomar nota de asuntos a considerarse en una incierta planificación.

Los movimientos sociales han exigido la presencia del Presidente. Se abre, pues, una nueva y muy interesante coyuntura en la que la expresión de fuerzas va a ser decisiva para definir por dónde van a soplar los vientos.

* Tomado de la Revista Rocinante
     www.revistarocinante.com/contenidos/edicion_actual/rocinante.pdf


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